lunes, 2 de febrero de 2009

El Esplendor de la Naturaleza en Alto Bio Bío


Como despertado de un largo e injusto letargo, el Alto Bio Bío despertó con fuerza a principios de la década de los ’90 para mostrarse ante la comunidad nacional e internacional. No fue, sin embargo, toda su enorme belleza natural o el interés cultural por la presencia de uno de los sectores en el país con la presencia de la etnia pehuenche lo que despertó a la zona.

No: fueron las centrales hidroeléctricas o, más bien dicho, la oposición a su construcción, lo que puso a esa zona en el tapete de la noticia nacional e internacional. Por eso, invariablemente, hasta la fecha pehuenches y Alto Bio Bío, bajo el subjetivo prisma de estar a favor o en contra de las centrales hidroeléctricas, han copado la atención.

Sin embargo, esta zona y sus habitantes son mucho más que esa situación en especial. Es la perfecta combinación de cultura autóctona y naturaleza en estado virgen la que se abre a los ojos de los visitantes. Son sus ríos serpenteando entre las montañas cubiertas de la más rica flora y fauna; son sus hombres, los hombres del pehuén, los que han escrito una historia riquísima y particular, marcada abruptamente por una condición geográfica de una belleza impresionante pero que también castiga con dureza en los tiempos de lluvias y nevazones.

El Alto Bio Bío, a diferencia de lo que sucede ahora, durante siglos estuvo marcado por el silencio o, más bien, de una bullente actividad que no llegaba a los oídos del valle. En efecto, la poca literatura existente apenas hace mención a la zona y los pehuenches. Las aproximaciones más serias recién comienzan a escribir sus pequeños capítulos a mediados del siglo XVII con la instalación de una línea fortificada, asociada a la actividad evangelizadora de los misioneros católicos, que iba desde Rucalhue, pasado por Villucura y Santa Bárbara. El origen de los indígenas es sólo motivo de algunas cuantas teorías, pero nada más concreto.

Más antecedentes hubo por la zona de Antuco (algunas decenas de kilómetros al norte) donde se realizaba una fuerte actividad comercial entre criollos y pehuenches. Así lo dan cuenta los libros de viaje del naturalista polaco Ignacio Domeyko y el artista bávaro Mauricio Rugendas (quien hizo los primeros retratos de los indígenas).

Como estábamos diciendo, la tranquilidad de la zona sólo fue interrumpida a principios del siglo XVIII por las cacerías de los ejércitos chilenos de los montoneros aún fieles al Reino Español o de las bandas de cuatreros que asolaban las haciendas de los criollos en el llano (buena parte de las historias de los hermanos Pincheiras se escribieron en el Alto Biobío). 100 años más tarde lo fueron los sucesos de Ránquil, en la parte más oriental de la cordillera, donde una revuelta campesina dejó un trágico saldo de muertos.

Pero salvo esas excepciones, la historia de sus habitantes ya no se escribió en los pocos libros que citan o mencionan estos acontecimientos y el paso de los años sólo se registró en los pehuenches que permanecieron en una condición de virtual aislamiento donde, incluso, llegaron a optar por comercializar sus productos en territorio argentino que en suelo patrio debido a la cercanía geográfica y facilidad de acceso, antes que trasladarse por el tortuoso camino a Santa Bárbara.

Esto fue así hasta principios de la década pasada. Todo cambió cuando se anunció, se construyó y se inauguró la central hidroeléctrica Pangue, por parte de la empresa eléctrica Endesa, en el curso superior del río Bio Bío, a unos 105 kilómetros al oriente de Los Angeles, en medio de la polémica y oposición de los grupos ambientalistas e indígenas, debido a los efectos culturales y ecológicos que involucran el levantamiento de la represa. Esa polémica se acentuó con la central Ralco, que inunda unas 3 mil 500 hectáreas (siete veces más que Pangue) y obligó a relocalizar a un centenar de familias.

Pero al margen de esa polémica, la zona destaca por su enorme potencial turístico “descubierto” por el país y el mundo a propósito de las centrales hidroeléctricas, que se focaliza justamente en la precordillera y la cordillera de Los Andes. Los valles de Queuco - hasta el volcán Copahue - y Pangue, hasta el volcán Callaqui, constituyen destinos obligados en la práctica del ecoturismo y del turismo aventura. Estos parajes ofrecen un entorno natural de ríos, bosques nativos, termas, nieve, flora y fauna, los que, en su conjunto, permiten desarrollar actividades como el andinismo, pesca, rafting, excursionismo, entre otros.

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